Para Mallmann, cocinar es un acto de ritual y reverencia, y siempre comienza con un profundo respeto por los ingredientes: pequeñas sardinas en un palo, asadas lentamente sobre un fuego en la arena, terminadas con un chorrito de limón y aceite de oliva. Los mejillones, con concha, se ahúman y se cuecen a fuego lento sobre brasas y cenizas.
Ya sea una hoguera crepitante o simplemente un susurro de calor, a Mallmann le apasiona la magia que ocurre cuando la carne, las verduras e incluso las frutas se transforman con el fuego, el carbón y el humo. “La belleza del fuego es lo frágil que es”, dijo.
Fuera de las horas de comida, Mallmann puede llevar a los huéspedes a caminatas guiadas, impartiéndoles su conocimiento de la naturaleza: puede predecir el clima con solo mirar el cielo y sabe cuándo comienzan a crecer los hongos basándose en los insectos que vuelan en un río cercano.
“Mi relación con la naturaleza comenzó desde muy joven; cuando podía sentir en el silencio de una tarde después de la escuela con mis perros tirados en el pasto, mirando la lluvia, los árboles, la nieve, los ríos y los lagos, que tenían un hermoso lenguaje”, recuerda. “Ese es uno de los mayores tesoros que tengo en mi vida, un lenguaje silencioso que aprendí de la geografía de la Patagonia”.
Esa conexión e intuición se ha traducido en su cocina de temporada y en el respeto por las riquezas de la región.
Mallmann dice que su vida, y el estilo de vida que comparte con algunos de los invitados que visitan La Isla, no es un acto de rebelión, sino un regreso a la alegría, y a lo que él llama “la verdad”, la cocina.
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